Diario de Guerra (Andreu Caralt).-08/02/2014.-Virgilio Fernández del Real ha cumplido 95 años. Su nombre, desconocido en España, identifica a uno de los ya pocos supervivientes de la Guerra Civil, a un soldado del servicio sanitario enrolado en las míticas brigadas internacionales y destinado en multitud de frentes. Español de nacimiento, se exilió a México tras la guerra, donde recuperó su vida de civil. Hoy es director de la Casa Museo Gene Byron, miembro activo del recién creado partido político Morena y lector ávido de varios digitales de información españoles. Diario de Guerra recupera su vibrante periplo vital en un reportaje en exclusiva.
Trabajaba haciendo prácticas en el hospital la Princesa de Madrid cuando estalló la guerra, era el mes de julio de 1936. “Fui voluntario junto con el doctor Sacristán. Me incorporaron como practicante en el servicio de sanidad y nos mandaron al Frente de Somosierra”. Allí se percató de la dureza de la guerra que vendría. “Por la mañana pasaban coches y camiones con milicianos y regresaban por la tarde a Madrid, abandonando las cotas que se habían ganado con muchos heridos y muertos”. Luchó junto a la Columna Mangada, unidad de voluntarios creada en Madrid, en la Sierra de Gredos, al oeste de El Escorial, y a finales de otoño se encontraría en Madrid, junto a su equipo médico, integrado en el nuevo batallón Dombrowski, unidad formada en su mayoría por voluntarios polacos que se integraría meses después en la XIII Brigada Internacional. En Madrid les tocó defender el flanco delante del Palacio de la Zarzuela del furibundo ataque franquista para conquistar la capital y poner fin a la guerra.
Fernández del Real nació en 1918, en Larache, protectorado español en Marruecos, pero vivió su niñez entre Sevilla y Cabra. Se examinó en Cádiz para ser licenciado en Auxiliar de Medicina y Cirugía, lo que en la época era un practicante. Estudió en Sevilla y trabajó en el hospital de la Macarena durante todas las vacaciones desde que tenía 14 años.
Tierras en Abisinia
En febrero de 1937 lucharía en el batalla de Brunete, donde fueron ametrallados y tuvieron que lanzarse a una trinchera en zig-zag que habían construido. Poco después, llegaría el turno de la batalla de Guadalajara, protagonizada por el Corpo di Truppe Volontarie (CTV) de Mussolini “Agarramos muchos prisioneros Italianos. Contaban que los embarcaron en Italia diciendo que iban a Abisinia donde les iban a dar tierra para cultivar. Pero desembarcaron en Cádiz, les dieron su uniforme y empezaron a adiestrarlos en el uso de las armas”. Virgilio Fernández lamenta aún que la victoria lograda allí por los republicanos liderados por Líster no tuviera continuidad. “Cuando rompimos el frente no pudimos llegar hasta el norte por falta de equipo y porque la fuerza de Franco reaccionó mandando tanques y aviones en número tal que nuestra aviación estaba en una proporción de uno a diez, más o menos”, relata.
'Mil heridos en 24 horas'
Su periplo por la Guerra Civil incluye también la batalla de Belchite (agosto de 1937), el frente de Aragón y, al fin, la batalla del Ebro, en julio de 1938, formando parte de la 35 División Internacional, la unidad de élite del dispositivo republicano. “La infantería paso de noche y nosotros, el servicio sanitario, de mañana. Llegamos a pasar un tanque, y algún camión por un pontón de madera”. Ese pontón desaparecería tras la avenida del Ebro provocada por Franco. La batalla del Ebro fue terrible, “algún día llegamos a tener más de mil heridos en 24 horas”.
Por aquel entonces, Fernández del Real estaba integrado en el equipo médico de la XV Cuerpo de Ejéciito del Ebro, del que dependía la 35 División. Disponían de una ambulancia regalada por Suiza, “era una camioneta grande donde llevábamos un quirófano completo: mesa de operaciones, lavabos...”. La misión de la unidad era realizar un primer triaje de los heridos. “Los que tenían que operarse de manera urgente y no podían aguantar un trayecto en ambulancia de 20 kilómetros los operábamos allí mismo”. Y muy cerca del frente, “una amputación por destrozo total de una pierna se realizaba a 200 ó 300 metros de la línea de fuego”.
Antes de finalizar la batalla, con su dolorosa derrota, el Gobierno republicano retiró a los internacionales y su unidad fue sacada del Ebro. Era el 23 de septiembre de 1938. Virgilio perdió a sus compañeros y a él lo enviaron a la retaguardia a descansar: “Llevaba más de 30 meses en los distintos frentes”. Vilafranca del Penedès, capital del champán catalán, fue su destino hasta enero de 1939, cuando la ofensiva franquista sobre Cataluña lo llevó a Barcelona, al Hospital de Sant Pau,“de donde salí el día que las fuerzas de Franco entraban por el sur”.
Una ambulancia a punta de pistola
Ese día, Fernández del Real cometió una heroicidad: “Al salir de San Pau, invité a algunos heridos a acompañarme. Varios aceptaron. Llegamos a la estación, pero nos dijeron que hacía unas horas que había salido el último tren”. Sin embargo, en el trayecto recordó que había visto a una ambulancia de la Cruz Roja: “Regresamos. Entre los heridos tenía uno con un pneumotorax abierto y era un comisario político. Si lo hubiesen agarrado prisionero, lo hubieran fusilado sin dudarlo.
Vestidos de gala “seguramente esperando las fuerzas de Franco”, los miembros de la Cruz Roja le negaron la ambulancia: “Yo, un inconsciente de 20 años, saqué la pistola y me dieron la ambulancia ante la amenaza de que les iba a matar”.
Lentejas con arena
Camino del exilio se encontró con el resto de su brigada, la mayor parte españoles pero también algunos internacionales que no podían regresar a sus países de origen. Al cruzar la frontera tras unos días de retirada ordenada, la población francesa les saludó mientras Fernández del Real y sus compañeros, subidos en camiones abiertos, eran conducidos al campo de concentración de Saint Cyprien, “una playa con alambres de púas”. “El presidente del Gobierno francés, que por cierto, se decía socialista, no nos trató de forma muy amistosa. Al principio dormíamos al aire libre, hasta que nosotros mismos construimos barracas. La comida que nos daban era muy variada, lentejas con arena, de diferentes colores. Dormíamos en el suelo. El frío y la humedad nos calaba en los huesos”.
Ellise Island
En mayo de 1939, supo que su madre le estaba buscando a través de un anuncio en un periódico. Pudo contactar con ella y lograr un permiso para viajar a Ebreux (Normandía), donde residía después de partir de Alicante en barco. Junto a ella y su hermano Carlos marcharon al exilio, a México, via Nueva York. Estuvieron retenidos unos días en Ellise Island hasta que la policía les condujo al barco que les llevaría a Veracruz pasando por La Habana. “Allí nos esperaba una hermana que había llegado a México en uno de los barcos que llegaron primero”. Allí pudo estudiar Medicina y se licenció en la Universidad de Nuevo León de Monterrey.
Gene Byron
Virgilio llegó sin dinero, empezó a trabajar en distintos lugares, hasta que se estabilizó vendiendo productos farmacéuticos de una compañía española. Vivía en un pequeño departamento con la familia, hasta que conoció a Gene Byron, de origen canadiense y ciudadana norteamericana. Era actriz, locutora de radionovelas en Nueva York y pintora, y vino a México a conocer a grabadores, pintores y muralistas, entusiasmada con el boom artístico de aquéllos años. Gene y Virgilio comenzaron a vivir juntos en la ciudad de México y a viajar por el sur del país, donde Virgilio distribuía sus productos por esos lugares tropicales y de cultura indígena que Gene prefería dibujar y pintar.
En Guanajuato compraron un terreno que conservaba las ruinas de la vieja hacienda minera de Santa Ana en Guanajuato. Allí empezaron un nuevo proyecto de vida. Gene pintando y haciendo cerámica y artesanías, y el doctor Virgilio con la práctica médica. Byron falleció en marzo de 1987, y Virgilio convirtió la hermosa hacienda en un museo en su honor (http://museogenebyron.org) , hoy uno de los espacios culturales y de creación más atractivos de la ciudad.
‘Parecían mudos’
Virgilio no regresó a España hasta el 1975, con la nacionalidad mexicana en el pasaporte. “En Cabra (Andalucía), los pocos amigos de mi edad parecían mudos, se hablaba de si hacía frío o calor, y nada más”. Volvió dos años después, con Franco ya en el Valle de los Caídos. “Los mismos que no habían hablado hablaban de los horrores de la guerra y la posguerra. Muchos de mis amigos, los que no pudieron pasar al bando Republicano, murieron en el frente, y otros amigos vecinos de la calle donde yo vivía en Cabra, murieron o se perdieron con la División Azul”.
El brigadista regresó durante una década a España pero vive desde 1958 en Guanajuato, a unos cien kilómetros de San Miguel Allende, “que durante mucho tiempo fue punto de reunión para los soldados de las Brigadas Internacionales, principalmente de la Lincoln Brigade”.
Preguntado sobre si aceptaría volver a España para recibir un merecido homenaje, duda. “No creo, estaría todo el día llorando. Los recuerdos aún son muy dolorosos... recordando a tanta gente buena que murió y que algún hijo de puta se atreve a decirles mercenarios. Durante mucho tiempo he tenido pesadillas”.
El espíritu del 'No Pasarán'
En España, asegura, se pudo haber cerrado las heridas durante los mandatos del presidente Felipe González, “si hubiese sido realmente socialista y hecho programas socialistas. Fue el primero que permitió los contratos basura y haciendo una política que para diferenciarla del partido popular, habría que mirar con lupa”. Y termina: “las notícias que leo de España no son buenas. El gobierno recorta en sanidad, educación y servicios sociales en lugar de recortar en el ejército y en el despilfarro de dinero y robo por parte de los políticos. En fin no hay mal que cien años dure, espero que este año caiga ese gobierno junto con la Casa Real y que vuelvan a ondear las banderas tricolores. Ojalá viva para ver que en España renace el espíritu del ‘No pasarán’ y en México cambiemos un gobierno vendepatrias a las órdenes de esos pocos que manejan el 50% del producto interno bruto de todo el globo".